lunes, 15 de agosto de 2011

Y la Catedral de Oviedo estornudó peregrinos...



Como dirían en San Fermín:

¡Pobre de mí!
¡Pobre de mí!
¡Ya se acabó San Fermín!
Yo bautizada, pero no creyente de ninguna religión, dogma o santería.
Me atrevo a decir que visto lo visto no cambiaré de idea.
Veréis miles de jóvenes en Oviedo, de varios países. Con sinceridad, mi idea fue un poco el ir a ver, ya que era un día lluvioso.
Al llegar nos encontramos mis acompañantes y yo a un buen lote de rubios guapos y sobre todo castos como nuestro querido Rey Alfonso II de Asturias, El Casto.
Me ojeé con alguno pero la chispa fue cuando una monja de color y gran belleza exterior sonrió con cara de enamorada a un fraile también de color.
Y pensé que el amor brotó en los hábitos.
Entonces yo me fijé en otro rubio y un fraile joven, moreno y guapo, se paró cual adolescente y me miró sonriente. 
No sé qué le pasó, le brotaría el amor hacía mí, espero que cuelgue sus hábitos y de donde sea, que salga y se divierta, olvidando un poco a ese Jesús al que cantaban o a ese Dios en cual creen.

Simplemente deciros, chicos y chicas, gracias por elegir Asturias.

Que vuestra andadura hacía Benedicto XVI os de paz.
Pero no seáis tan radicales:
-Usad preservativo.
-Decid sí al aborto.
-Sí al matrimonio homosexual.
-Sí a ser libres.

No os dais cuenta de que Jesús era el primer indignado.

Acordáos de los Borgia, de todos esos Papas que no representaban o no representan a vuestro Dios en la Tierra, si no a personas sin moral, también de la pederastia que tenéis dentro de la Iglesia, obispos, sacerdotes... Esas personas encubiertas bajo el manto de la Iglesia Católica deben de ser juzgadas y encarceladas por el daño hecho a los niños. Recordad la Inquisición, las civilizaciones obligadas a ser cristianas y católicos...

A favor: Esas monjas que luchan por las gentes en la India, en África e Hispanoamérica, por los pobres. El Padre Ángel, español.

El hombre que quiere contemplar frente a frente la gloria de Dios en la tierra, debe contemplar esta gloria en la soledad.
Edgar Allan Poe








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